martes, 17 de enero de 2012

Vive le différence

Y una vez que dejás de alimentar la descabellada ilusión de que hay alguien que realmente comprende cada vez que abrís la boca, te das cuenta de que querer a quien completa tus frases, reconoce tus tarareos, te cuenta de oros y bolsillos y remiendos, te canta de pipas y cuentos, habla con el techo, ríe con tus chistes y le gusta tu remera verde, tiene sentido, pero es igual de patético que besar una foto tuya o mirarte por horas en el espejo del baño, al salir de la ducha, tanto tiempo que el vapor se hace agua y el vidrio se desempaña y es hora de peinarte esas mechas, nena, apurate que se hace tarde.

domingo, 1 de enero de 2012

Me banco el amor. El mullido, el punzante, el eléctrico y el que se queda tendido en la soga (el peor).

lunes, 31 de octubre de 2011

Nos queda este temblor corriéndose en sinfín

Sacudo la cabeza y digo que no, no te voy a querer siempre.

Corazón de cuarto creciente.

lunes, 10 de octubre de 2011

Aquí no pegamos los ojos

Afortunadamente las certezas aún no me quitan las dudas y todavía me rindo ante lo que eriza la piel. Lo que dilata las pupilas, lo que hace borbotear, lo que me coquetea desde los bordes filosos hasta ponerme de rodillas. Me abofetea, me tumba, me arroja en caída libre y me levanta de madrugada con la frente sudando frío y el corazón en la otra punta de la cama.

Que late.

domingo, 2 de octubre de 2011

Lo que se escurre

Para mi tristeza, con el tiempo me olvidé de cómo decía el DNI que se llamaba, pero su abuela le decía “Caló”, que significaba “negrito” en gitano (o al menos eso me contó) y Caló fue el nombre que dibujó con los fibrones de colores.

Redundantemente, entonces, Caló era negrito y gitano. Tenía ojos verdes, once años y algunas experiencias que me contó a cambio de que le regalara un pancho del carrito. “Yo a mi papá nunca lo quise”, empezó diciendo. Le gustaba hablar. Odiaba a su papá porque le robaba la cama para dormir la siesta con su mamá. Su novia lo había dejado porque él “era como todos los tipos”. No iba a la escuela porque no le interesaba. Una vez se había escapado de su casa y había dormido toda la noche en la Plaza Sarmiento. “Yo me tomo el colectivo en la Plaza Sarmiento y siempre veo a las gitanas”, le conté y él me explicó que ya no vestían como antes, con las polleras de gasa, sino que usaban unas de bambula. Estaba atorado con el pancho pero no quiso tomar de mi botella hasta que le aseguré que no quería más; entonces empinó un trago larguísimo. Después le ofrecí los fibrones para dibujar y nos entretuvimos escribiendo nuestros nombres y haciendo garabatos. Dibujaba feo. Yo también.

Lo acompañé a vender tarjetitas. Me hizo pedir monedas y me retó porque lo hice mal. Se acercó a una mujer tomaba un café en Córdoba y Corrientes, en una de las mesitas de la peatonal, “así ves como se hace”, pero no le salió bien; fue cortado con un severo “no tengo monedas” y yo me reí. Pero Caló le pidió un pucho y la mujer se lo dio.

Cuento esto acá porque yo no acostumbro tomar café en Córdoba y Corrientes. Probablemente este que narro sea mi único episodio con Caló y se termina justo en esa intersección de calles, porque por ahí pasa mi colectivo.

Me despidió con el humo en la cara y se hizo humo también, al igual que el nombre de su DNI, el nombre de la provincia en la que había nacido, el nombre del hotel del que lo habían echado esa mañana, el nombre de cada cosa.

(Por eso nombrarlo de nuevo, ¿no? Para que no se nos esfume todo)

domingo, 11 de septiembre de 2011

Verba

No nos encontró mi viejo y todo fue un revoltijo anaranjado y feliz en el sofá lleno de marcas y amores. Un beso chiquitito, ¡tenías tanta cara de miedo! Me reí; me sentía toda llena de risa, cosquillosa y con ganas de bailar. Me moví mucho arriba tuyo, sin dejar las manos quietas y mordisqueando aquí y allá, buscando la forma de animarte a vos. Estabas todo quieto abajo mío, sentado con las piernas juntas y con las manos pegadas a mi cintura. No me conformaba. Continué revolviéndome, bulliciosa, hasta volverme evidentemente insoportable.

En un momento me dijiste que me querías y me dejaste inmóvil. Dos besos en el cuello, la respiración en la oreja, dedos escurridizos. A tu merced.

domingo, 3 de julio de 2011

Mantra

Me pidió que le prendiera un pucho en la hornalla de la cocina mientras se acomodaba en el umbral y yo no prendí la luz cuando entré, aunque las insulsas llamitas azules de cierta forma rasgaron la imperturbabilidad de la cosa. Bueno, es que después de eso ya no podía afirmar que nadie había pasado por mi casa, por mí.

Compartimos un frío de madrugada, un clima de medio-secreto, una catarata de pavadas y algunas cosas que no me acuerdo. El humo era un resto, la diferencia entre que hubiese venido y que no (así de insignificante, vaporosa y efímera; así de poquito me importaba). Pero me acuerdo de que buscó abrigarse las manos debajo de mi remera y que yo busqué en su tacto mi cara de ese tiempo, le pedí a su boca que me diga mi decir. Y como tantas otras veces, me contó mi cuento preferido: que yo era una luna, radiante, redonda y completa.