lunes, 31 de octubre de 2011

Nos queda este temblor corriéndose en sinfín

Sacudo la cabeza y digo que no, no te voy a querer siempre.

Corazón de cuarto creciente.

lunes, 10 de octubre de 2011

Aquí no pegamos los ojos

Afortunadamente las certezas aún no me quitan las dudas y todavía me rindo ante lo que eriza la piel. Lo que dilata las pupilas, lo que hace borbotear, lo que me coquetea desde los bordes filosos hasta ponerme de rodillas. Me abofetea, me tumba, me arroja en caída libre y me levanta de madrugada con la frente sudando frío y el corazón en la otra punta de la cama.

Que late.

domingo, 2 de octubre de 2011

Lo que se escurre

Para mi tristeza, con el tiempo me olvidé de cómo decía el DNI que se llamaba, pero su abuela le decía “Caló”, que significaba “negrito” en gitano (o al menos eso me contó) y Caló fue el nombre que dibujó con los fibrones de colores.

Redundantemente, entonces, Caló era negrito y gitano. Tenía ojos verdes, once años y algunas experiencias que me contó a cambio de que le regalara un pancho del carrito. “Yo a mi papá nunca lo quise”, empezó diciendo. Le gustaba hablar. Odiaba a su papá porque le robaba la cama para dormir la siesta con su mamá. Su novia lo había dejado porque él “era como todos los tipos”. No iba a la escuela porque no le interesaba. Una vez se había escapado de su casa y había dormido toda la noche en la Plaza Sarmiento. “Yo me tomo el colectivo en la Plaza Sarmiento y siempre veo a las gitanas”, le conté y él me explicó que ya no vestían como antes, con las polleras de gasa, sino que usaban unas de bambula. Estaba atorado con el pancho pero no quiso tomar de mi botella hasta que le aseguré que no quería más; entonces empinó un trago larguísimo. Después le ofrecí los fibrones para dibujar y nos entretuvimos escribiendo nuestros nombres y haciendo garabatos. Dibujaba feo. Yo también.

Lo acompañé a vender tarjetitas. Me hizo pedir monedas y me retó porque lo hice mal. Se acercó a una mujer tomaba un café en Córdoba y Corrientes, en una de las mesitas de la peatonal, “así ves como se hace”, pero no le salió bien; fue cortado con un severo “no tengo monedas” y yo me reí. Pero Caló le pidió un pucho y la mujer se lo dio.

Cuento esto acá porque yo no acostumbro tomar café en Córdoba y Corrientes. Probablemente este que narro sea mi único episodio con Caló y se termina justo en esa intersección de calles, porque por ahí pasa mi colectivo.

Me despidió con el humo en la cara y se hizo humo también, al igual que el nombre de su DNI, el nombre de la provincia en la que había nacido, el nombre del hotel del que lo habían echado esa mañana, el nombre de cada cosa.

(Por eso nombrarlo de nuevo, ¿no? Para que no se nos esfume todo)