jueves, 23 de diciembre de 2010

De papel

La nena se largó a llorar desconsoladamente ante la simple sugerencia de hacer la tarea en el cuaderno de clases. Un poco sorprendida, Yanina le acarició el pelo y le propuso escribir en una hoja en blanco; sólo con eso se calmó.
Seguro todo tiene una explicación con las raíces bien sujetas a profundos enigmas traumáticos.
Yo le echo la culpa a los renglones.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Y especialmente con ciertas cosas

A veces hace falta más, a veces hay que salir a escupir.

viernes, 24 de septiembre de 2010

La alegría como forma de resistencia

Ese pedacito que aparece de un color distinto en todo el monocromatismo gris de la ciudad, chillón, insurrecto, insolente, y que involuntariamente te arranca una sonrisa (porque en el fondo te morís de ganas de hacerle pito catalán a toda la porquería), de eso se trata. Y esa sonrisa que te roba es la clave, es la bandera y es el refugio.

Porque si te olvidás de la alegría, ¿qué te queda? Si las conquistas siempre van a ser chiquititas, por lo menos dejemos que nos calienten el corazón.
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(Graffitti por Banksy)

miércoles, 21 de julio de 2010

De úteros

Vos me hablabas, no sé bien de qué (ojala no haya sido importante), y yo pensaba en que Sábato casi nunca se equivoca. Por lo menos conmigo. O tal vez soy yo, que me amoldo a lo que él dice de mí y de todas, porque lo quiero tan irracionalmente que me gusta que darle siempre la razón.

Así que eso: vos hablabas, exteriorizabas, y yo me replegaba y me oscurecía; vos te ibas cada vez más lejos, más exógeno, más convexo, y yo sentía solamente como me palpitaba el corazón y me burbujeaban los fluidos y me convertía en húmeda, enigmática y recelosa matriz. Quizás incluso tuviese ganas de llorar, grotescamente, por lo extravagante de la idea de las profanaciones dulces. Y había cierta sensación nueva, cosquilleo de madres, brujas, diosas, pitonisas, mártires, locas; siglos de humanidad femenina, compartiendo mis pechos, mis caderas, mi cuerpo entero, todas conmigo y algo mío en todas ellas.

jueves, 1 de julio de 2010

Yo no creo que esté todo bien si salto por la ventana

De vez en cuando pasa, llega un día (puede ser cualquiera, pero viernes, miércoles y domingos son los más frecuentes –y así y todo el índice más alto de suicidios se registra los lunes) en que bajamos los decibeles, las revoluciones (todas) y nos damos cuenta de que tenemos el cuello agarrotado y la nariz casi contra el piso. En esa posición grotesca, del cuerpo doblado en dos por la línea de puntos de la cintura y la cabeza entre los pies, que se mueven con cuidado para no chocarla mucho, nos paramos en alguna plaza, en la calle o sencillamente en la intimidad del hogar y, después de reflexionar un rato sobre ese dolor muscular que hace días (o meses o años) nos acompaña, pero que nunca fue tan intenso como ahora, extraemos dos conclusiones:
a) la gravedad existe y empuja nuestra cabeza hacia abajo
b) la cabeza nos pesa

Y la cabeza no tiene que pesar, porque va arriba, porque si pesa tironea inevitablemente hacia el piso y es ese tironeo el que nos duele y es esa posición lo antinatural.

CORDURA. Una careta de cordura sobre la cara propia es la que pesa, una careta que se engrosa y se endurece cada vez más. Inevitablemente crece, y se alimenta de sonrisas vacías, de cortesía y de simulación. Y de lágrimas tragadas, suspiros enlatados y gritos procesados. De pedantería intelectual, de erudición barata. De cultura. De modales. De despertadores y cubiertos y servilletas. De zapatos altos, figuras flacas, revistas del corazón. De cortinas blancas y orgasmos fingidos, de culpa archivada y cajones con llave. De palabras, pero de malas palabras, que son esas que se callan porque asusta dejarlas en libertad (al fin y al cabo, uno nunca sabe qué estragos puede causar un “teamo” o un “teextraño” o un “sosmuyimportanteparamí”). De todo esto y más cosas que no sabemos y de escalas de grises se construye, y de a poquito empieza a pesar y a tirar abajo, abajo, abajo, hasta que el microcosmos de la rendija de las baldosas es lo único que entra en nuestro campo visual.

CRASH. Qué lindo, pero qué lindo, cuando se rompe (aunque tan sólo sea por un ratito y enseguida empiece su proceso de reconstrucción). Qué lindo, sí cariño, cuando llega el día (puede ser cualquiera, pero viernes, miércoles y domingos son los más frecuentes –y así y todo el índice más alto de suicidios se registra los lunes), el día de los añicos.

domingo, 27 de junio de 2010

Asco

"Antes sonreías más cálida y menos cínica, y eras más linda", le habían dicho.

Carla lloró de menos, tomó de más y durmió toda la mañana y toda la tarde. Se despertó a la hora de las brujas, cuando las personas se siente más tristes y los dioses se reclinan y se ríen; con la cabeza apoyada en el lado equivocado de la cama y la enredada sensación que te agarra cuando dormís al revés y las ideas van en contramano.
Había soñado con una mujer amarga que tenía polvo entre las arrugas, la cara resquebrajada. Una vieja que abría la boca más de lo que físicamente se puede y mostraba una garganta corroída de veneno, sin ningún diente que censurara, así fuese apenas, tan repugnante imagen. Y se le agitó el corazón.

lunes, 31 de mayo de 2010

Le puse acuarela


Y alrededor de las cursivas redondas dibujé muchos pájaros
y jaulas abiertas llenas de firuletes
porque después de todo, el amor y la libertad o son la misma cosa o no son.



Desahogo

¿Quién te dijo que yo no soy de tinta y papel?

Fue mi última botella al mar, la más desprolija, la más barata y la más sincera. Y cuando tu cara de nada mató mis náufragas expectativas, pasó. Me miré los pies e hice trizas mis colores y me di media vuelta e hice colores mis trizas. Con los candombes que te dejé revoloteándome en los oídos, me subí a un bote distinto y nunca miré atrás.

martes, 18 de mayo de 2010

Yo temo, tú temes, él teme...

“Después de que te robaron, ¿no te quedaste con ese miedo...?”

Me lo preguntó todo el mundo cuando conté que me asaltaron: si no me quedé con el miedo.

Repasé mil veces la escena del robo en mi cabeza; es inútil, no me acuerdo de todo. Vi un cuchillo, pero tal vez no. El buzo de la ladrona era gris, aunque no estoy segura. Tenía el pelo enrulado atado en una colita y no aparentaba más años que yo. La voz me la acuerdo y también que me dijo “pelotuda”, me quedó sonando.

¿Y lo otro, la sensación? No sé si fue el temblor en la voz, los ojos abiertos y fijos o tal vez el hecho de que no me tocó un pelo. Capaz que fue cuestión de empatía, de que era joven o de que era mujer. Capaz que justo tenía esos ojos que cuentan historias. O capaz que, simplemente, se le notaba.

“¿Y? ¿Te quedaste con el miedo?”

Sí. Me quedé con el miedo que reflejaba la piba que me robó.

martes, 11 de mayo de 2010

10/05

Y qué decirte sin que quede chico, si no alcanza con hablar del fuego,
ni de las olas, ni del viento,
ni de las flores para contar tu cuento.
Si tenés tantos colores adentro,
si no existe pena que no te llores ni llanto que no te fortalezca,
si hay en vos, aunque no te parezca,
garra para todas las guerras.
Y mirándote de lejitos, puede que no se te note,
pero no hay ráfaga que te tumbe,
ni duda que te haga flaquear.
Y te lo juro, es imposible escucharte y no despertar.

Es que la desesperanza nunca fue tu jurisdicción,
es que tus ojos son de luz
y tu mente, de revolución.
Es que sos,
por donde se te mire,
toda corazón.

Feliz cumpleaños, Yanina Martín ;)

miércoles, 28 de abril de 2010

El lugar de uno

Fue en los tiempos del colegio secundario cuando Carolina se dio cuenta de que vivía sobre un enorme signo de interrogación.

“Soy una estresada crónica” solía contarme además, y yo me reía porque sabía que Carolina gustaba del drama y que, en realidad, la mayoría de sus preocupaciones eran inventadas y afanosamente buscadas. Me gustaba mirarla vivir su novela y dejar que se sintiera un personaje, aunque a veces me cansaban un poco sus constantes dudas metafísicas y su eterna angustia existencial.
Su último año de colegio y su dificultad para elegir una carrera universitaria (todo le gustaba y nada la convencía) le dieron material de sobra para despacharse angustiosamente (su actividad favorita) y dedicar largas horas a plantearse y replantearse y replantearse...

La cura le llegó de la mano de Gabriel, que tenía ocho años, le colgaban los mocos y se moría de frío en invierno y de hambre todos los días. Era agosto, no había sol y Gabriel le dio a Carolina el abrazo más largo de toda su vida. Después se fue, pateando piedritas y esa fue la primera y la última vez que lo vio.

Carolina sigue viviendo sobre un gran signo de interrogación porque sabe que, de cierta manera, eso es sano. Pero ahora el signo esta lleno de florcitas.

martes, 27 de abril de 2010

Hola, me llamo Paula y tengo incontinencia expresiva.

Porque todo boludo que necesita expresarse tiene blog. Y porque "todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada."

Oh!