miércoles, 28 de abril de 2010

El lugar de uno

Fue en los tiempos del colegio secundario cuando Carolina se dio cuenta de que vivía sobre un enorme signo de interrogación.

“Soy una estresada crónica” solía contarme además, y yo me reía porque sabía que Carolina gustaba del drama y que, en realidad, la mayoría de sus preocupaciones eran inventadas y afanosamente buscadas. Me gustaba mirarla vivir su novela y dejar que se sintiera un personaje, aunque a veces me cansaban un poco sus constantes dudas metafísicas y su eterna angustia existencial.
Su último año de colegio y su dificultad para elegir una carrera universitaria (todo le gustaba y nada la convencía) le dieron material de sobra para despacharse angustiosamente (su actividad favorita) y dedicar largas horas a plantearse y replantearse y replantearse...

La cura le llegó de la mano de Gabriel, que tenía ocho años, le colgaban los mocos y se moría de frío en invierno y de hambre todos los días. Era agosto, no había sol y Gabriel le dio a Carolina el abrazo más largo de toda su vida. Después se fue, pateando piedritas y esa fue la primera y la última vez que lo vio.

Carolina sigue viviendo sobre un gran signo de interrogación porque sabe que, de cierta manera, eso es sano. Pero ahora el signo esta lleno de florcitas.

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