miércoles, 21 de julio de 2010

De úteros

Vos me hablabas, no sé bien de qué (ojala no haya sido importante), y yo pensaba en que Sábato casi nunca se equivoca. Por lo menos conmigo. O tal vez soy yo, que me amoldo a lo que él dice de mí y de todas, porque lo quiero tan irracionalmente que me gusta que darle siempre la razón.

Así que eso: vos hablabas, exteriorizabas, y yo me replegaba y me oscurecía; vos te ibas cada vez más lejos, más exógeno, más convexo, y yo sentía solamente como me palpitaba el corazón y me burbujeaban los fluidos y me convertía en húmeda, enigmática y recelosa matriz. Quizás incluso tuviese ganas de llorar, grotescamente, por lo extravagante de la idea de las profanaciones dulces. Y había cierta sensación nueva, cosquilleo de madres, brujas, diosas, pitonisas, mártires, locas; siglos de humanidad femenina, compartiendo mis pechos, mis caderas, mi cuerpo entero, todas conmigo y algo mío en todas ellas.

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