martes, 7 de junio de 2011

Con el ceño un poco fruncido, inventaba triquiñuelas para librarse de la multitud de tacitas y platos hondos que él, con el afán metódico de quien tiene los pies bien enraizados, colocaba en la extensión del suelo, intentando dar cauce al infinito multiforme que chorreaba de todos los costados. Tantos recipientes frustra-goteras dificultaban sobremanera el caminar, que hubiese sido bastante más fluido si sencillamente se hubiese resignado a resbalar en los charcos, y de todas formas, la tarea dejaba traslucir su burlona inutilidad, ante tantas fugas y ante tanto empuje, como el agua que se escurre inexorablemente del cuenco de las manos, pero con la terribilidad de un río furioso, violento, implacable, obstinado.

Deinós que repudiaba todo límite, toda interrogación que requiriera respuestas en superfluas combinaciones de 27 signos, toda reducción a metáforas trilladas, toda momificación en clichés vulgares, canciones populares, libros de autoayuda, segregaciones hormonales.

Con el dedo gordo del pie bastante adolorido, refunfuñando, tuvo que pedirle (tengo que pedirte)

Dejá de ponerle paños fríos a este amor. ¿No ves como se encapricha?

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